Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

jueves, 8 de abril de 2010

Vericueto 6

Le costó olvidarse de Gustavo porque él tuvo la mala idea de invitarla, una vez, a un baile en el Colegio Militar. Lo hizo seguramente por cortesía, o porque consideró inofensivo el asunto, con una chica tanto menor, la hermanita de su amigo. Una fiesta maravillosa, de cuento de hadas. Gustavo, con su uniforme y yo, con un vestido vaporoso y azul, el pelo suelto y perfumada hasta lo indecible, una princesita. Bailamos, pero más que bailar, conversamos. A él le causó gracia cuando le dije que yo quería ser pensadora. Se rió y eso me molestó un poco. Creo que me puse roja cuando mirándome fijo, me respondió, mi princesita, que yo iba a casarme y tener hijos como cualquier chica bien y que no debía pensar tanto en los libros. El desagrado que me causó el comentario cedió frente a la errada intuición de que algo me sugería al hablarme, a mí nada menos, de matrimonio. Había muchas chicas que lo miraban porque era realmente alguien para ser mirado, pero él no parecía darse cuenta. Eso me generaba una especie de orgullo, que solo tuviera atención para los saludos y los breves intercambios con algún amigo. Y para mí, Cenicienta antes de la medianoche. Me llevó a ese baile, tardé en admitirlo, como un escudo para eventuales acechos de otras chicas y no sabía que estaba alimentando mi esperanza. Algo habrá sospechado, puesto que después, tardó en volver a visitarnos y cuando lo hizo, un par de veces no más, apenas me saludó, un poco nervioso, muy serio, para seguirme después con el rabillo del ojo. Interpreté otra cosa también y decidí animarlo. Lo perseguí un tiempo en una especie de in crescendo, a ritmo inverso de sus evasivas, cada vez menos corteses. Lo llamaba a su casa, le escribía cartas que pocas veces respondía, hasta que una vez, poco antes de que se volviera a su provincia de vacaciones, lo llamé y me atendió su tía. Señorita, deje de buscar a mi sobrino, que está comprometido con una señorita de Mendoza, me dijo la muy bruja. Y yo me morí de vergüenza y de la decepción, porque hasta entonces, no sabía. No llamé nunca más. Tampoco volvió a visitar a Aníbal, pero tuvo la delicadeza de no confesarle mi acoso. Me costó olvidarme y largo tiempo, lo busqué en todos los rostros.


Pero no era a Gustavo a quien Carmela buscaba, en realidad, no era la causa lo que deseaba sino sus efectos. Quería que se repitiera el gusto de esa fascinación, esa energía corporal de cada mañana, esos colores más vivos que parecen revestir todas las cosas, ese mundo reconciliado que solo se muestra a quien está enamorado. El primer regalo del amor parecía ser su efecto vitamínico; entonces, Carmela lo buscó en todos los rostros, y creyó verlo en algunos, pero, a cada intento, la ilusión se desvanecía ya con el primer abrazo y, muy pronto, sabía que había sido otro espejismo. Lo entendía en ese rechazo gástrico que le producían los besos de Roberto, de Federico, de Andrés. Olían hormonales y grasientos, a pesar del Paco Rabanne o el Eau de Sauvage o lo que fuera que se echaran encima.

3 comentarios:

Lucas Czentner dijo...

Gracias por los relatos, sin tener nada que ver con ellos me siento muy identificado.

Unknown dijo...

Imperdibles !
Disfruto de tus vericuetos,hechos de la misma humanidad de mi historia,sos parte de ni vida...y lo seras siempre.
Te quiero Sil

Victoria dijo...

De la mia también, no dejes nunca de escribir...!