Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

martes, 13 de abril de 2010

Vericueto 10

A su regreso, Carmela me contó que, de todos, los italianos eran los más guapos y atrevidos, que se avergonzó muchísimo el día que, en un restaurante, un genovés la sacó a bailar el tango que la orquesta empezó a tocar porque había argentinos en las mesas, y ella debió excusarse con que no sabía bailarlo;  que Giusseppe, el guía, después de su intentona con ella, la emprendió con otra del grupo, una cordobesa de más de treinta, soltera la pobre, que se consoló mal con el guapísimo florentino quien resultó casado y con tres hijos, confesión hecha pública entre lágrimas por la cordobesa, en una mesa de café en Viena, cuando todos asumían que el romance era promisorio, tan evidente había sido que se habían pasado tres noches consecutivas hechas en Bruselas, Amsterdam y Colonia, durmiendo juntos. También me contó de las dos parejas de homosexuales, dos ellos y dos ellas, que eran los más divertidos del grupo, siempre dispuestos a una copa más en algún bar. Lo más estresante había sido la situación con un otro del grupo, del cual no quiso darme el nombre pero sí que era entrerriano, que viajaba con su mujer, de luna de miel, ya viejos los dos, como de cuarenta casi, según Carmela. Parece que este señor le empezó a hacer ojitos, a enviar florcitas arrancadas en los jardines públicos, a susurrar piropos al oído cuando se lo cruzaba, o apretarse disimuladamente a ella cuando subían en un ascensor donde sobraba lugar, todo frente al evidente mal humor de su novel esposa. Carmela lo ignoraba con una sonrisa ingenua, no me doy cuenta de nada, no capto, no te entiendo, en lugar de ponerle una buena cara de culo, o un viejo verdolaga qué te pasa, que es lo que se debe hacer en esos casos. 

Lourdes lo pasó bien en Europa, aunque no le interesaron mucho los museos ni las catedrales y prefiriera salir de compras. Esa era la locura nacional en el extranjero porque en aquel tiempo todo le parecía una ganga al bolsillo argentino. Carmela se negaba a perder tiempo en las galerías y era Beba quien, en las tardes libres o incluso renunciando a algunas excursiones, salía a gastar los gaucho-dólares con Lourdes. Gracias a eso, Carmela conserva todavía algunos recuerdos más elogiables que las tarjetitas de los hoteles donde estuvieron y las trescientas fotografías que tomó, a saber: un impermeable de Aquascutum, un camisón Barbisson y un buzo de antílope al que Beba no pudo resistirse en Venecia. Los pendientes de coral y plata que, sí, ella misma se compró en Roma, se perdieron al igual que todas las servilletitas de papel de los bares y las diapositivas compradas en los kioskos. Las fotos fueron tomadas con una Kodak Pocket de la época, a color y en 9 por 9. Me parece que todavía las guarda, pero no puedo asegurar que no hayan sucumbido a alguna de las periódicas purgas que la aligeran de responsabilidades, como dice ella.

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