Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Dios es Dios y mi padre, su profeta

(itinerario)

A algunos, entre batitas tibias y nutricios biberones, también nos dan un dios cuando asomamos al mundo.  A veces nos bautizan y nos prenden una medallita al babero.  Otras, esperan hasta una edad de más entendimiento para hacernos aprender la divinidad. Pero es costumbre que nos regalen un dios con los decálogos de su programa, para que él nos alimente el alma, no ahora, pero sí más adelante, cuando la vida de verdad apriete. 

Nos van enseñando su voluntad de que seamos buenos y piadosos, pacientes y limpios de corazón, y de cuerpo, por qué no. Ese dios también dictamina a veces sobre lo que es conveniente no comer o cómo hay que higienizarse y especialmente, sobre cuándo y cómo hay que honrarlo. Es el dios de nuestros padres y de los padres de nuestros padres y así hasta el primer converso de la familia o quién sabe más, y es justo y necesario recibirlo con todos sus preceptos y admoniciones, con sus tirones de oreja y sus caricias de buen amigo, de buen hermano, de buen padre. 

El asunto es que ese dios heredado se va pareciendo enormemente a ese padre de carne y hueso que tenemos en casa, los felices que conocimos padre. O a ese otro padre que nos habría gustado tener en realidad porque el real no nos gusta mucho. O a ese desconocido, deseado o imaginado, los que nunca supimos de su abrazo.  O la madre, porque dios no tiene sexo y por eso puede ser tan padre como madre, nada dice que no podamos pensarlo en femenino.

Yahveh no habla sino por sus profetas, humanos todos ellos, aunque alguno se escape en un carro de fuego. Alá no se confunde con Mahoma, pero Mahoma lo expresa hasta en sus ínfimos detalles con una autoridad incuestionable. Jesús es más cómodo, en realidad, porque sí es dios mismo, así que no hay intermediarios, pero hasta él establece una difícil diferencia, una procedencia misteriosa que lo despega un poco de ese dios original que en mal momento lo abandona. La humanidad de sus profetas se resiente un poco en su capacidad de abrir aguas o volar al cielo, pero básicamente, lloran, besan, se enojan y sangran, así que resultan bastante carnales, en todo, menos en el pecado, tema a considerar cuando me seque un poco la ropa.
Esto maduraba Carmela, refugiada de la lluvia, mientras recorría las naves amplias y vacías de la catedral de Amiens. Afuera, la tormenta era como la voz de dios que se pronunciaba otra vez en ideas no muy ortodoxas. 
Es mi dios y en él me consolé en tiempos de tanto dolor, se dijo de repente, y sin embargo.

Su idea de dios estaba, como en todos, indisolublemente unida a la imagen de él recibida en los largos días de su infancia, en las oraciones de la noche, en la misa dominical, en el catecismo de escuela, pero también en la mesa de la cena y en las manos sabias de su propio padre que sonreía, sana-sana-colita de rana, curándole la rodilla herida.
Así lo vemos, reflexionó frente al tríptico medieval que ornaba una de las capillas. "como padre, como a un padre, entendiendo por padre a esa imagen paternal que nos construimos, a partir incluso de un tío o de un hermano mayor o del cura director del orfanato donde crecimos, sea el caso..."

-Y vos, cómo lo sabés?
- Me lo dijo mi papá.
Razón suficiente, palabra santa.
Mi papá me ama, yo amo a mi mamá. Upa enseña. 
Corto el queso como lo hace mi papá, que es la mejor forma de hacerlo.
-Mi papá es mejor que tu papá- dice el niño a un otro cualquiera, en el patio del recreo, con convicción e inocultable orgullo, porque resulta que su padre es médico y el del otro, solo enfermero.
-Mi dios es el verdadero- dirá el hombre, muchos años después.

Lo que puede suceder por tres cosas, concluyó Carmela encendiendo una velita a la imagen de Santa Teresa, o porque conserva milagrosamente la fe del carbonero, o porque cayó en el foso del fanatismo, o porque, ya por temor, ya por comodidad, se quedó toda la vida en aquella tesis equivalente, pronunciada en el patio de escuela. 

No te diste cuenta de que hay una cuarta posibilidad, nena. Eso es porque te gusta demasiado imponerle a todo un ritmo ternario.

Pero otros pasamos por una adolescencia y juventud contestatarias, se dijo Carmela recordando su tiempo de universidad, cuando se zambulló, con inusitado vigor en las aguas de la antítesis que preconiza Hegel para todas las cosas.  Entonces, cuestionó seriamente la fe heredada y, lo que no es rara coincidencia, desestimó la infalibilidad parental en las cosas del mundo.
Ya para entonces, tenía pruebas de que ellos también habían probado los siete pecados capitales sin que, horror, se les moviera un músculo de la cara, o sin que tuvieran conciencia de ello, lo cual era todavía peor.

-Mis viejos están equivocados o son unos hipócritas.

Luces que encandilan de repente y duelen tanto.