Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

viernes, 2 de abril de 2010

Vericueto 2: Amores, tantos amores

Cuando se tienen veinte años y la imaginación fértil, uno encuentra amores disparatados. Se enamora por ejemplo, del profesor sexagenario de Teología, cura por añadidura, feo y desgarbado, lleno de tics, pero que tiene todas las constelaciones en la mirada. Yo me enamoraba fácilmente de las miradas. Los ojos son la puerta a lo insondable de una persona, y me atraía el misterio, lo que hay detrás, lo que está oculto. Uno no puede imaginar sobre lo evidente. Se puede fantasear sobre lo que no se ve, únicamente. Lo interesante de alguien es lo que presentimos. El presentimiento es de quien presiente, ergo, todo está en mí.
Los ojos, los ojos y sus miradas. Hay gente que maneja bien el arte de mirar. Te mira como si no hubiera otra cosa para mirar en el mundo. Así mira Carmela, Carmela y toda su familia. No sé cómo lo hacen, o si es cosa de los ojos dibujados que tienen en esa casa, ojos con sombra y luz muy contrastantes, muy blanco el globo y muy espesas las cejas y las pestañas. Pero no, hay mucha gente que tiene los ojos así, ojos de turco. Es la direccionalidad de la mirada y el poder con que te pega para enseguida descansar en vos y verte como si fueras lo más importante del universo. Me enamoré del hermano de mi amiga porque miraba así. Todas nos enamoramos de él porque, además, era impresionante de guapo, aunque mucho más grande que nosotras, lo cual lo volvía inalcanzable. Me enamoré así de todos los hombres de mi vida, los que tuve y los que no. Muy vulgar lo mío, lo sé. Quién no se enamora cuando le detienen el corazón con la mirada? Así empezó también la historia que quiero escribir. Con una mirada tan densa que podías tocarla, olerla, masticarla también.


Sin embargo, es bueno que primero diga algo de Carmela. Buena tipa, Carmela, fuerte, dura y tan coherente, tan de una sola pieza. Pero nadie sabe que Carmela tiene un secreto. Yo sí, no porque ella me lo haya confiado, no, sino porque soy su amiga desde siempre, desde antes de la primaria incluso, y me doy cuenta de que lleva un secreto en las entrañas o en alguna parte de su cerebro, de eso no estoy muy segura. Lo que sí sé es que no se trata de un secreto banal. Nada en Carmela es banal nunca. Todo adquiere en ella un aire grave, hasta su manera de saludar es concentrada. No sé si será el tono de su voz, pero siempre hay como un silencio previo, como un rasguido de introducción que alerta la atención, antes de sus hola o sus buen día. No dice buenos días, sino buen día. Hay algo, sí, un soplo como de única vez cuando habla, algo de cierre también y por eso su discurso atrapa la atención, por más que se trate de un comentario al pasar sobre lo frío o lo caluroso que está el día, por ejemplo.
Se burlaban de ella en el colegio por eso. Porque hablaba así, como conferenciando, pero eso es porque modula bien, nada más, cada sílaba tiene peso en su boca. Y no es porque sea de poca palabra, la mujer, al contrario, habla sin parar y uno la escucha con aplicación. Es irremediable que uno la escuche. Nació con voz de maestra, Carmela. Con voz de maestra y mirada de veterana de guerra. Es un poco triste esa mirada como de vieja a la que nada le sorprende nunca. Sus gestos de sorpresa son un poco sobreactuados para ser sinceros. Eso también le ganaba algunas antipatías en el colegio. Las mismas que la criticaban la elegían como delegada de curso frente a las autoridades, porque era genial para eso de hablar con la directora. Ella siempre estaba como descendiendo de algún escalón para integrarse a la charla en el recreo. Carmela hacía verdaderos esfuerzos por sentirse parte del grupo y eso se notaba, que no le salía natural. Me acuerdo de la época en que todas estábamos enamoradas de Raúl Padovani y, a diario, salíamos disparadas al patio para comentar su último gesto en la canción de la tarde anterior.


Por ese entonces, calculo que ya debía de tener su secreto, aunque ella lo disimulaba bastante bien. Alguna suerte le trajo eso de parecer mayor y una vez, el primer amor de su vida, inalcanzable amigo de su hermano, la invitó a una fiesta. Estábamos en tercer año del colegio y ninguna de nosotras podía soñar con que le pasara algo semejante, que la invitara un chico tan grande. Pero cuando logró que él la mirara un poco, Carmela se traicionó. Solo ella podía tener esa suerte y echarlo todo a perder. Ella sostenía que en el amor uno debería poder relajarse y permitirse ser como realmente se es. No sé de dónde sacó esa idea. Era inteligente, pero para nada astuta. Le contó que quería ser sabia o algo por el estilo, y el chico se asustó, seguramente, porque la mayoría de los hombres temen a una mujer con veleidades intelectuales, la consideran masculina. Sin embargo, normalmente, Carmela ponía mucho cuidado en lo que decía. Yo la conocía ya bastante bien y me daba cuenta del terrible empeño que ponía en ser como las demás. Para una adolescente, solo hay una tragedia peor que sentirse distinta de sus pares: que eso se note. Así que Carmela instrumentaba ya elaboradas estragegias para simularse del montón. Se disfrazaba de cualquiera de nosotras, para no ser evidente. Y no pudo entonces ser más obvia, la pobre.

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