Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

jueves, 8 de abril de 2010

Vericueto 4

Yo sé que a Carmela le intrigaba todo eso. Que nos pudieran gustar tanto Música en Libertad, los collares de mostacillas, Raúl Padovani o, mucho mejor, Alain Delon y que, entonces, no tuviéramos la más mínima idea de quién era Ronald Colman o Leslie Howard. Ni Rimsky Korsakov, naturalmente.


Creo que fui la primera amiga que Carmela, a poco de haber entrado al colegio, invitó a su casa. Vivía en una casa quinta laberíntica, rodeada de un parque lleno de árboles centenarios. Teníamos once años y estábamos en sexto de primaria. Carmela venía de un colegio de monjas y parecía tímida y desorientada en un colegio público. Me propuso que fuera a tomar el té a su casa, cuando todavía, nosotras acostumbrábamos a invitarnos a jugar. Eso lo recuerdo porque su invitación me hizo sentir adulta de repente. Me pareció inadecuado preguntarle si quería que llevara el Estanciero o La Oca y le dije que, si tenía tocadiscos, podía llevar unos discos para escuchar. Allá me fui, con dos simples, uno de Palito Ortega y otro de La joven Guardia. Podrá parecer increíble que entonces Palito Ortega figurara entre nuestos ídolos, pero eran tiempos en los que todavía no nos llegaban ni Sui Géneris ni Vox Dei, para eso faltaban un par de años y un poco más de rebeldía.
Carmela me recibió aquel día radiante de felicidad, era evidente que quería hacerse mi amiga, y escuchó con una sonrisa atenta los acordes de "Un muchacho como yo" y del "Extraño de pelo largo". Hasta bailoteó un poco también, de una manera que encontré bastante torpe. Después me miró con suspenso y sacó un LP, de esos muy antiguos, de pasta, pesados y negros, que funcionaban en 16. Ahora vas a escuchar algo realmente increíble, me anunció.
Cayó la púa, pero por unos segundos solo se oía el ruido a lluvia de los discos muy usados. Enseguida, lentamente, muy bajo, empezó a sonar un violín y después, suavemente una orquesta que acompañaba los vaivenes del violín. Era una música incomprensible para mí, lenta y triste a más no poder. Me quedé muda e inmóvil. Carmela, suponiendo que mi parálisis era una especie de aprobación, me hizo oír todo el disco, hasta el final.
-Rimsky Korsakov- reveló con deleite, cuando por fin terminó la tortura.
Esa extemporaneidad en sus gustos, su conocimiento de temas que yo asociaba con el mundo de los adultos, su afición por las lecturas difíciles, la alejaban de mí, de nosotras. Ahora puedo escribir Rimsky Korsakov y sé de quién se trata porque lo busqué en Wikipedia para escribir esto. Entonces no hubiera podido siquiera repetirlo. Un par de años más tarde, supe también quién era el tal Leslie Howard. Nos enteramos cuando Carmela organizó una salida al cine porque habían hecho una reposición de Lo que el Viento se llevó. Llevaba un par de meses en cartel y ya estaban por levantarla. Adriana, Claudia y yo habíamos insistido para ir a ver Love Story, que acababa de estrenarse en Buenos Aires, pero no hubo caso. Era el cumpleaños de Carmela y decidimos respetar su deseo antes de que nos convenciera con su manera de decir. La película nos encantó. Salimos llorando a mares, menos Carmela que ya la había visto, ocho veces, según confesó y tuvo un ataque de satisfacción indisimulable a la hora del café, cuando la dejamos hablar. Nos dio poco menos que una clase sobre cómo había sido producida, cómo habían elegido a los actores, en fin, que compartimos la idea de la maravilla que suponía ese filme para la época en que fue hecho, pero no pudo convencernos de que Leslie Howard fuera más lindo que Clark Gable.




En la universidad se encontró entre pares, vestida siempre en jeans y zapatillas, sin una gota de maquillaje, como le gustaba. Estudiar filosofía, una carrera que para nada servía, era en ese tiempo cosa de larvas de subersivos o de retoños de seminario. Y que encima fuera una chica era una completa extravagancia que los padres aceptaron no sin cierta reserva. Buena estudiante, siempre lo fue, no le costó terminar la carrera en los años reglamentarios ni barajar una tesis acerca de los aspectos filosóficos del tiempo, trabajo que jamás terminó, ya fuera porque la tesis cuestionaba la idea convencional del libre albedrío, sagrado asunto para los postulados de su facultad, ya porque, para entonces, Carmela, que había descubierto en la pintura el modo de su expresión, preparaba su primera exposición en una galería del barrio. Pintaba su concepción del tiempo, según decía. Bueno era que lo explicara, porque nada de lo que uno veía en sus acuarelas hacía pensar en eso. Sus “aléphicas”, como las bautizaba, eran paisajes abigarrados, de una rara combinación: mezclaba la nieve, el sol, la luna, las estrellas, la lluvia, flores y árboles desnudos, en fin, todas las estaciones, el día y la noche, rasgos de ciudades viejas y modernas, campiñas, objetos variados como lápices o tazas o espadas, pero nunca un reloj ni nada que hiciera pensar en el tiempo. En el concierto de trazos descifrables, siempre se descubría un par de pupilas llorosas. En una nube, colgadas de las ramas sepias de un árbol, bajo la superficie de una especie de lago o de fuente, en la línea del horizonte, confundidas entre las ruinas de algo que parecía un castillo, siempre un par de pupilas traslúcidas e infinitamente tristes.


Muchas veces, a lo largo de mi vida, tuve esa intuición. De que el tiempo es una ficción, que eso que llamamos horas, días, meses, años, es una construcción hecha para ordenarnos, desde luego, pero que hay un revés del tiempo en el que todo está hecho. Revés que podríamos referir como la eternidad. La eternidad es la otra cara de la moneda del tiempo, digamos. Todo está cumplido y el tiempo es solo una manera de ir mostrando lo que está hecho, para que nuestra psiquis no explote, para que vivir tenga algún sentido. Vamos descubriendo en el tiempo lo que ya es. Somos colones en la vida, nada inventamos y nada provocamos salvo lo que ya está inventado y provocado. Es artículo de fe que en Dios esté todo hecho.
Esta intuición calvinista resuelve el asunto de las casualidades, el azar, las coincidencias, eso inexplicable de haber pensado, durante el desayuno, en Juanito Pérez, aquel compañero de banco en la escuela primaria de quien nunca volví a saber nada, no sé por qué me vino su imagen ahora a la mente, seguir untando la tostada como si nada. y una media hora después, salir por el periódico al kiosko de la esquina y toparme con Juanito Pérez, redivivo, a sus cincuenta enérgicos años, comprándose una revista de deportes. La sincronicidad. Leí que Jung describió este fenómeno, muy corriente. Y que la ciencia no puede explicarlo, tan científica como es, en su lectura causal del universo. Causa y efecto son solo la parte evidente de la verdad. Acción y reacción no ofrecen siempre una continuación o una consecuencia enlazable. La reacción frente a algo puede involucrar una derivación de carácter transitivo, o sea tener una causa muy lejana. Lejana y apriorísticamente desconocida para el yo. Las verdaderas causas de algunos efectos exceden a la experiencia o el saber.
Leí en algún lado, o alguien me dijo, o lo presentí también, que desde que abrimos los ojos al mundo, las personas y objetos con los que tenemos contacto, por más fugaz que éste sea, nos dejan pegada su energía, moléculas invisibles que flotan y permanecen en uno. Les dejamos también la nuestra. Ahí quedan, silenciadas pero vivas. Total, que al distanciarse, el canal de comunicación se entrecierra en suspense. Y como toda lata que alguna vez fue abierta, es susceptible de reabrirse. Pienso en Juanito Pérez y él aparece. Es como si el pensamiento, la evocación, le dieran apertura al canal para que aquella energía mía emitida se oriente otra vez a la suya y lo encuentre en el kiosko de la esquina.

No hay comentarios: