Un día teníamos prueba de lengua y la tarde anterior, Carmela me iba a explicar el análisis sintáctico de los verbos pronominales, un quebradero de cabeza para cualquiera que no fuera ella. Estábamos en su cuarto, metidas en esas cuestiones misteriosas del objeto indirecto y el signo de cuasirreflejo, cuando de repente, de la nada, Carmela se detuvo, me miró y dijo: Son las seis, empieza Música en Libertad. Sin ninguna emoción, lo dijo. Pero con una sonrisa condescendiente que quiso ser cómplice. Me había leído el pensamiento, seguramente. Ese martes, se iba a definir algo entre Raúl Padovani y María Esther Lovero. Habíamos estado haciendo apuestas durante toda la semana sobre si se besarían o no. Personalmente, a mí me parecía mucho más linda Silvana di Lorenzo, pero era rubia y eso la ponía definitivamente en el ni en pedo de todas las morochas de la clase, la mayoría, que consideraban que María Esther era muchísimo más dulce y bailaba mejor.
Carmela había preparado todo frente al televisor de su casa, los sillones, unas galletitas, el Nescafé y un termo con agua caliente. No hubo prisa sino aplicación en su manera de sentarse, encender el aparato y darle vuelta al dial hasta sintonizar el canal 9 Libertad. Hasta ahí puedo contar, porque después no me concentré más que en el programa y no volví a mirar a Carmela sino hasta que terminó, para darme cuenta de que ella había estado ahí, sentada a mi lado todo el rato, tejiendo uno de sus pulóveres de lana gruesa, un “gordo”, como los llamábamos, tan lindos, de cuello alto en punto elástico, uno santa-clara y uno jersey, como los que usaba Brigitte Bardot, o Julie Christie, no recuerdo.
-Estuvo bueno, eh?- dijo, guardando el tejido en su bolsa- Mañana lo charlamos en el recreo.
-Voy a practicar ese nuevo paso. Parece fácil- afirmé y me puse de pie para ensayarlo al ritmo de un tarareo... movete, chiquita, movete, sacate esa timidez.
A nuestros sacáte, andáte, movéte, les sacaron el tilde en la Real Academia y no es tan evidente ahora el énfasis, debo aclarar.
-No, ahora no. Sigamos que nos falta bastante todavía.
No protesté porque Carmela tenía razón, además de esa autoridad como inapelable.
-Qué tenía puesto hoy María Esther?- preguntó de repente, al salir de la habitación. Y había algo de urgente en el tono de su voz.
-Unos minishorts con un sueter tipo dralon. Me encantaron las botas, te fijaste? super ajustadas y debían de ser color crema o rosadas, en todo caso, claritas. Todo era de tonos claros, viste?
-Cuando venga la televisión color no tendremos ese problema, no? Va a ser como en el cine- sonrió Carmela.
Habría que saber al detalle cómo había estado vestida María Esther Lovero o Lobato. No, Lobato era Nélida, claro, la vedette de la cintura tan finita. La de Música en Libertad era Lovero, sí, como Love, en inglés, amor, que si llego a olvidarme de cómo estaba vestida, no quiero pensar el papelón. Ya me había pasado, una vez, que no presté atención y dije que llevaba jeans y resulta que no, que era un vestido de esos, “bobos”, con voladitos, que parecía un vestido para embarazada, uno así le pedí a mamá que me comprara para ir a la fiesta de Adriana Palacios. Y me lo compró, para que no me sintiera siempre desubicada con mis kilts y mis medias tres cuarto. Me encantaban. Siguen gustándome ahora. Eso no pasa de moda. Que si llegaba a equivocarme de nuevo, todas se darían cuenta de que no me interesaba el programa. La verdad es que me aburría. Me parecía un poco tonto también. Pero era imprescindible verlo a diario, como quien toma una medicina, para poder, al otro día, tener de qué hablar durante los recreos.
Eso de sentirme tan distinta habla de que soy un cuatro en el eneagrama, sin duda. La individualista, la que se siente sapo de otro pozo siempre y en todo lugar, la extraña que le complace eso, por mucho que al mismo tiempo diga lamentarlo. Fantasiosa, pesimista y desesperada por encontrar su identidad, siempre veo lo que le falta al vaso y siempre es más verde el pasto del vecino. Me preocupó eso de que la pasión negativa de un cuatro es la envidia, un sentimiento tan feo, pero admito en que la mirada la pongo siempre en lo que no poseo y considero que debería poder alcanzar. Siempre creí que eso era ser ambiciosa, pero parece que no, parece que ésa es una de las muchas formas de la envidia, qué demonios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario