Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

lunes, 9 de mayo de 2011

Carta de amor de Carmela.


                                                            Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo.
                                                                                                            Mario Benedetti

Se me ocurre algo que te sonará difícil, quizás. O no tan difícil, pero sí muy grave.

Sos todo el amor.

Y cuando digo esto no me refiero al amor que sos, sin duda alguna, ahora:  amor intenso y un poco delirante, amor casi de cataclismo que vence o desdibuja geografías. Amor algo despistado en el tiempo también, porque se dio de esta forma, a esta altura de la vida. No sos solo este amor, amor dorado, maduro u otoñal (diría alguno por convención cronológica) No, sos mucho más que eso.

Sos, literalmente, todo el amor.
Todo el amor que he sentido en mi vida entera.
El amor de todos los territorios de mi tiempo.
De mis antiguos territorios, esos que no conoció el hombre que sos hoy, pero en los que ya te amaba.
Solo así puede darse que seas realmente el amor de mi vida, digamos.
No sé si me entendés.

El amor no se cuantifica como el peso de unas naranjas. Sos el amor de mi vida, pero no porque antes yo haya amado de “mentirita” o menos de lo que te quiero a vos. Sino porque, de algún modo, vos ya estabas en todos mis amores, en los que marcaron mi existencia y también en los que apenas la rozaron.

Y este desconcertante descubrimiento lo tuve anoche, mientras pasaba, distraída, las hojas de un libro y pensaba en todo lo que te quiero. Me vino esta idea, por sorpresa, a modo de iluminación, te diré, porque así nos llegan las verdades que nos cambian para siempre: de golpe y como rayo.

No sé. Quizás suene demasiado elaborado esto de que sos todo el amor.
Pero te lo explico, a ver si puedo.

Estabas ya en el amor de mi infancia, de cuando era una niña que dibujaba historietas en las que príncipes azules batallaban dragones solo por hacerse acreedores al amor de sus princesas doradas.
Niña que tenía miedo por las noches si las puertas de los roperos quedaban entreabiertas y que era un poco rara para sus amigas, porque le gustaba más Chopin que The Mamas and the Papas.
Niña enamorada del vecinito de enfrente que ni siquiera la miraba y también de un actor de rostro perfecto cuya imagen, recortada de una revista de moda, tenía pegada en la cabecera de su cama;  y lo contemplaba hasta que se dormía y confundía su rostro con el de su vecinito y el de su ángel custodio, quédate conmigo toda la noche, no me dejes.

Ahí estabas, sin duda: en el príncipe imaginado con la música de Chopin, en el vecinito indiferente, en el actor de papel y en el ángel de la guarda.

También, debes de haber estado en el primer amor que tuve en mi adolescencia, “único e inolvidable” como todos los amores primeros. El amor de las miraditas a la salida del colegio o en la misa de ocho los domingos. El amor que te hormiguea en el estómago y te hace saltar de la silla al primer ring del teléfono que nunca suena para vos, qué esperanza tonta. El amor del primer beso que nunca es tan lindo como te lo imaginaste. El amor del primer temblor del cuerpo, que siempre nos pesca desprevenidos y nos mantiene entre el deleite y la culpa, porque no sabemos si está bien eso y si habrá que confesárselo al cura, pero cómo se lo digo y ¿si me voy al infierno por esto?

Incluso estabas en mi amor “universitario”, ése que creció al ritmo de los gustos comunes y en los encuentros en grupo de amigos. Un amor con discusiones sobre política, religión y un mundo mejor, en un café a deshora, leyendo a Dostoievsky  y a Cortázar y descubriendo que el saxo es un instrumento mágico en las manos de Fausto Papetti. Un amor que quería ser intelectual y profundo. Pero solo logró ser un poco angustiante, de puro idealista e imposible que era, porque la vida real no pasa por ahí, hija mía, y con qué se van a mantener, que la bohemia está bien para las películas en las que además todo termina mal, sabes.

Estuviste también en los amores de interín, sí.
(Bueno, estás, en realidad, porque todo esto se debe conjugar en ese presente histórico con que se narran las grandes batallas en los libros)
Estás, te decía, también en los amores “entremeses”. Porque hubo tantos “amorcillos”  de ensayo. Pero, en todos, buscaba ese amor ideal y soñado en silencio.  Fueron amores efímeros, que nunca alcanzaron a ser ése, tan deseado a puertas cerradas del resto del mundo, ese amor que inspira poesías, novelas y cine, y que no parece posible en la vida real. Y, sin embargo, las vísceras del cuerpo y del alma lo reclaman a gritos y lo exigen, como si encontrarlo fuera sustancial para que la vida tenga sentido.

Sos todo el amor y por eso estás en todos los amores, soñados y reales, pasajeros y definitivos.

Ah entonces! Sé que estuviste también en el amor de mi juventud llena de proyectos! Amor de las “construcciones”: la profesión, el trabajo, el matrimonio, la casa, los hijos.  Amor  burgués, sí, pero no por eso menos profundamente erótico y fértil.
Amor de aprender cómo hay que amar: con total entrega, virtudes y defectos, en las buenas y en las malas, respetando firmemente las promesas.
Amor que me fue puliendo y limando las asperezas para que fuera posible “calzar” con el otro.
Amor en el que la solidez  -ganada en base a distanciamientos y reconciliaciones, a pruebas, a logros y fracasos- fue edificando la seguridad, la fortaleza y la madurez afectiva de la mujer que soy hoy.

Estás, sin duda alguna, en todos los amores de todos mis tiempos.
Y todos mis tiempos y sus territorios se han renovado, ahora que vos estuviste en ellos.

Porque con tu amor de hoy, vos reescribís mi infancia, mi adolescencia, mi juventud. Las renovás, las rearmás, les suavizas la angustia, la soledad, la desesperanza que pudieron haberlas poblado tantas veces. Y al mismo tiempo, rescatas también la fuerza primera de todas mis alegrías pasadas y me las devolvés, limpitas de tiempo.

Te amo, finalmente, lo sé, (aunque suene algo pomposo) en todos los rostros de hombres maravillosos y discretos que quise y quiero. Te digo más: si vos te fueras un día, también estarás en los que querré.

Y esto es muy fuerte, sabes, porque te convierte en el amor de mi vida, porque pone tu nombre en todos los nombres, porque es abarcable en tu piel que lo define, y cósmico, en la mutiplicidad de todo lo que contiene.

El amor de una vida.

La clase de amor que justifica toda una existencia.




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