Vericueto : Lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.
Decir: Manifestar con palabras el pensamiento.

Bienvenidos a mi nuevo intento, el último quizás, de contar esta historia. Esto es un laboratorio de escritura, que quede claro. Publico según escribo, sin revisión ni corrección, con lo cual no es improbable que haya contradicciones o incongruencias, idas y vueltas, en fin, como en la vida.

jueves, 14 de abril de 2011

Vericueto 19. Vivir lo que quiero.

Encontraba solaz en imaginarse las cosas, las situaciones que deseaba sucedieran. Eso lo hace todo el mundo claro y se llama fantasear, pero Carmela instrumentaba voluntariamente cierto realismo cinematográfico, convencida de que el secreto de una fantasía eficaz no estaba tanto en el relato a grandes rasgos, introducción-nudo-desenlace- sino en demorarse en los detalles más ínfimos del decorado. Eso, porque alguna vez quiso ser escenógrafa y porque mucho después hizo aquel curso de control mental, en la parroquia del barrio, donde le enseñaron a programarse positivamente construyendo interiormente la escena de lo que uno quiere que ocurra.

Habitualmente, buscaba el momento, en su cuarto, tirada en la cama, con los ojos cerrados. Así relajada, empezaba el conteo descendente, lento, para desprenderse de la realidad circundante y cuando llegaba al cero, ya estaba frente a la puerta imaginaria que debía abrir para contemplar su película. No se dejaba sorprender, sabía de antemano qué se rodaría ahí, frente a sus ojos virtuales. Y entonces, se veía -por ejemplo- sentada frente al tribunal examinador, tranquila y elegante en su trajecito de falda y chaqueta clara, hablando con soltura de Ulises y su azaroso retorno a Itaca, bajo la mirada satisfecha de su Profesor de Literatura Clásica que asentía con leves movimientos de su cabezota calva. Vio el reloj grueso del aula, las diez y cincuenta (caramba que llevo veinte minutos hablando de esto sin tartamudear) y le llegaba, desde la calle, el chasquido de los rodados en el asfalto mojado (está lloviendo y no traje paraguas). Le apretaba la tira de sus sandalias nuevas en el dedo chiquito del pie izquierdo y sentía el olor que despedía la cafetera eléctrica que ponían para los profesores en una mesa de fórmica.

-Se derramó un poco de café, señor- se interrumpió Carmela de pronto, al ver que unas gotas habían caído cerca del puño impecable del adjunto.

Lo vio retirar rápidamente el brazo de la mesa y buscar una servilleta de papel para limpiar mientras le agradecía su oportuna advertencia. Una chica que puede hablar de la Odisea con tanta soltura y evitar que me manche la manga del traje no merece sino un diez. Eso pensó el adjunto, pero no lo dijo, claro, supo Carmela de inmediato.

-Suficiente, señorita, gracias. Está aprobada –dijo el profesor con una sonrisa amplia, y Carmela le vio por primera vez los dientes torcidos y esas arrugas que se le harían en la comisura de la boca si el viejo sonriera alguna vez.

Así preparaba ella la existencia de esas situaciones que deseaba le sucedieran, con un fantaseo tan vivo que, ya en su minuciosa formulación, conllevaba visos de recuerdo.

-Me acordé hoy de cuando aprobé Clásica I con el pelado Hernández, ése que no sonreía nunca. A la salida, me acuerdo que llovía y me empapé, y que se me ampolló el pie por la tira del zapato, pero estaba tan feliz con mi diez que ni cuenta me di de todo eso hasta que llegué a casa.


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